Anochecía, y la ciudad se troquelaba en un relieve misterioso. Llegó en el coche agotado, después de llevar en la carretera cerca de cinco o seis horas. El Puente de Brooklyn destacaba entre toda la construcción. Por la noche, el tráfico había aumentado. Ahora quedaba buscar un hotel o alguna pensión. Lo veía difícil. Además, sólo estaría un día. Por la mañana tenía que presentarse en el JFK para ir a España, y debía presentar los últimos informes de la empresa, y los resultados de las ventas, y pasar la aduana, con la pregunta de siempre: ¿Viene de turismo o de trabajo? y si se iba, lo mismo.
No era la primera vez que se la hacían. Regresaba cinco o seis meses después, y el trámite era semejante. De alguna manera, había que responder que venía de vacaciones, o, de lo contrario, si respondía por trabajo, empezaban a sospechar, y le enviaban de nuevo a España. Ya le sucedió a un colega de él, y el asunto pintó mal. Seguridad empezó a sospechar de él, y tuvo suerte de no perder el trabajo. De hecho, creían que se trataba de un terrorista. El miedo es real pero, en ocasiones, muy absurdo.
Por suerte, era su último vuelo. Dentro de un par de meses se jubilaba, y podría disfrutar de su familia, en compañía, y de un ocio prolongado. Estaba harto de tanto viaje.
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