El diseño de la nave no dejaba lugar a las dudas. Funcionaba merced a la antimateria utilizándola como energía, pero no dejaba de ser un proyecto. Salió de su lápiz y de las tintas de colores como una visión. Por lo menos, para mejorar el mundo. En cada momento de su inspiración la nave cobraba vida en el gélido blanco del folio. Le decían que tenía mucho imaginación. No eran palabras de recibo. Imaginación tenía mucha, desde que era un crío. Por eso decidió ser ilustrador. Le dejaba lo justo para vivir, pero debía vender su trabajo a muchas editoriales. Había ganado algunos premios, y eso no quitaba que le entusiasmara dibujar bocetos por su cuenta. Ahora le había dado por las naves espaciales, eso era todo.
Cuando obtuvo varios bocetos se dijo que lo mejor era explotarlos. Por ejemplo, sacar partido de su arte. Su docuementación era extensa y basada en los principios científicos. No dejaba nada al azar, y eso se notaba en el instante. Los bocetos se convertían en familiares que lo acompañaban.
En la exposición que le encargaron tomó la decisión de exponer sus bocetos. El comisario dio su visgto bueno, pero ganó la perplejidad de las personas que acudían a la misma. Se quedaban extrañados. No era su trabajo habitual. No a los que les tenía acostumbrados y, sin embargo, denotaba calidad. Una calidad extraordinaria. Las naves eran curiosas, incluso, en estos casos, cercanas. Se podía tocar el cielo.
Al final, se preguntaron muchas cosas. La semana se llenó de visitantes. El comisario decidió vender bocetos originales. El ilustrador tuvo que crearlos sobre la marcha. Y firmarlos. Con la venta se sacaba un buen pellizco. Luego, olvidó su obsesión por dibujar naves espaciales, y regresó a sus ilustraciones de fantasía. Nunca olvidó sus orígenes.
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