Le quedaban pocos pasos para llegar a la costa. La playa estaba cerca. El automóvil se le averió hace un par de kilómetros. Llamó a la grúa, y un vehículo de sustitución, adquirido de la empresa aseguradora, le permitió regresar a la playa. No pensaba perdérsela por nada del mundo. Además, huía del ajetreo de la ciudad, pero la playa, a primera hora de la mañana, se encontraba desierta.
-Una playa para mí solo-dijo en alto.
No se sintió egoísta. Sabía que, una hora después echaría de menos el bullicio de turistas, y que, luego maldeciría su mala suerte. Los turistas transformaban una excursión en una especie de zoo fotográfico. Cuando llegó el momento, se tumbó en la arena, y respiró la salina, y los poros de su piel se impregnaron del secreto rumor del mar. Había elegido bien. Tenía toda la mañana para bañarse. Ahora, le apetecía tumbarse y dormir un poco. Y cuando el sol lo reclamara, y el sudor le invadiera, al agua. Para eso se había acercado a unos pasos de la costa.
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