Primero pensó, o se preguntó, si el templo se podía "contemplar". Le avisaron que, para entrar en el templo era necesario quitarse los zapatos, por respeto al Buda. De otra manera, sería un insulto, y los monjes no estaban para conflictos de carácter diplomático. Hizo caso.
Entró en el templo. Olía a incienso y otras especias difíciles de deducir. En otras ocasiones, el templo no respiraba así. Hubo días en que sólo era el templo y los turistas. Incluso llegó a pensar que algo se llevaban los monjes. Pero los monjes no eran el estado chino.
Le impresionó el diseño exterior del templo. Al parecer, en invierno se podían observar las manos del Buda, cuando el sol acariciaba los tejados con una luz que alcanzaba el misticismo. Tuvo suerte de que permitieran hacer fotografías. Por lo menos, a los turistas no les pasaba nada. Luego, se preguntó si ya era hora de finalizar la visita, y regresar a Hong Kong, poco antes de la noche.
De todas maneras, no sólo fue a China buscando templos. Quería descansar de la oficina en Hong Kong, en donde todo estaba calculado. Menos daba un fin de semana
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