Es difícil prever cuanto dura el valor de un manuscrito. Por ejemplo, este de la imagen, que ha sufrido un deterioro alarmante. Líneas sobre líneas. Borrones. Tachones. Breves apuntes.
Y da la sensación de que no se ha acabado. Página tras página, trata de salvarse, pero es inútil. En cada trazo hay una agonía que no cesa y muere por el rayo. El rayo de la debilidad, la negligencia y el desprecio.
Da la sensación de que nada queda. Si fuera mi manuscrito lo guardaría. Pero es imposible. He perdido muchos de los manuscritos que escribí con mi puño y letra, y ha quedado el vacío de la memoria, porque ya no los recuerdo. Mi memoria es flaca.
Los borrones o tachones indican que el escritor se dedicó a perfeccionar cada momento, cada trazo y cada línea. Y luego, se olvidó, y pasó a otro. Era un escritor preciso y coherente, pero despistado. Al parecer, el cuaderno ya no le servía.
Cuantos cuadernos viven y mueren para ser testigos de paso.
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