Es Confucio. No hay duda: K'ung Fu Tsé. Pero el nombre se europeizó para comprenderlo mejor. Entre sus obras se encuentran Los Cuatro Libros y Las Analectas. No me voy a poner a decir fechas, pero sí que en los libros que escribió, son una serie de máximas que recogieron sus alumnos. Es probable que no las escribiera él. Pero la autoría de las Analectas es suya.
Confucio era el Einstein político de su época, hasta el punto de que logró ser una leyenda, o un líder casi religioso, teniendo en cuenta que fue un funcionario público muy importante, que se retiró cuando las cosas con el Imperio no iban demasiado bien. Es posible que sus obras casi desaparecieran por la pira de último emperador de la Dinastía T'ang. El emperador se dedicó a quemar las obras de alquimia y filosofía. También que los escritos de Confucio no se perdieran porque sus discípulos se dedicaron a ocultar los escritos.
Por un tiempo, la obra de Confucio se vio desperdigada. Pero la aventura siempre está presente, y cuando murió el emperador, se volvieron a publicar las obras de Confucio, y se creó una nueva Biblioteca Imperial, esta vez, con un descendiente real más concienciado, y menos destructor. Está claro que a Confucio le dieron una nueva oportunidad; pero ya el viejo maestro había muerto, y las leyendas sobre su desaparición casi misteriosa, su muerte, atrajo la curiosidad de sus cronistas, biógrafos y detractores.
Y es que Confucio llegó a ser tan palpable como Lao Tsé (El Niño Anciano del Tao), y se lo llegó a comparar con él. Otra de las obras de Confucio son los comentarios al Tao Te Ching, el Libro de las Transformaciones o del Cambio. Es curioso que Confucio, además de ser un Da Vinci de la filosofía, se ocupara del Libro del Cambio. Para él era un oráculo de sabiduría. Y él, el único que supo comprenderlo y descifrarlo.
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