David El fue empujado con sus otros compañeros de desgracias hacia un edificio de arena prensada. El edificio brillaba como un gema brillante ante la blancura del desierto. La arena era la única constitución de casi todo el arte arquitectónico de Mundo Circo: arena y telas irisadas para defenderse del castigo del Sol Payaso, como lo llamaban.
David El no era el único que sentía como se le secaba la boca y se le hinchaba la lengua. Un nuevo individuo, vestido de blanco, se acercó, con un balde de un líquido acuoso pero sospechosamente ambarino. Con un cucharón metálico removía el líquido y se lo servía a los futuros luchadores.
-Bebed del Agua del Olvido. Así no sentiréis lástima de vuestro presente que será brillante u oscuro. De vosotros depende.
Cuando le toco el turno a David El, dijo:
-No quiero beber, ni olvidar.
-¿Cómo? ¡Un rebelde! ¡Golpeadlo y que aprenda!
En eso estaban preparándose dos guardias de negras celadas emplumadas, hasta que se acercó un negro inmenso y enorme, y se puso en medio. Se llamaba Axis Dalraune.
-Ni se os ocurra. Sirvo al Gran Itzaar y si le ocurre algo, yo respondo por él.
Los guardias retrocedieron.
Axis Dalraune se acercó a David El, y le murmuró:
-Bebe el brebaje, yo tengo un antídoto que lo anula.
Entonces, David El bebió el amargo líquido y perdió toda noción de sí. Su vida pasada, y sus planes futuros, y Axis Dalraune le daba un líquido cristalino, al anochecer, y recuperaba su pasado y su futuro, y algo del presente, duro y estéril.
Cuando olvidaba, le llamaban a David El El Luchador Rebelde; cuando recuperaba la memoria, se despreciaba a sí mismo, por su sed de sangre en el combate de entrenamiento, y lloraba. Los héroes también lloran, tal como hizo Hércules cuando perdió, en sus propias manos, a sus hijos.
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