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lunes, 6 de agosto de 2012

La escritura del otro

Este manuscrito pertenece a una de las obras de Charles Dickens. Hay borrones, frases tachadas, corregidas y un sinfín de observaciones.
En Dickens podemos encontrar que era muy perfeccionista, y que el oficio le acarreaba tanto placeres, como sinsabores. Dickens se convirtió en un autor de bestsellers de su época, y el más aclamado.
No era extraño: en pleno siglo XIX, la pobreza en Londres, las injusticias en el mundo, y la aproximación de una guerra, era más que evidente. Pero Dickens era un autor social: el primer escritor que creó el llamado Realismo Social, que llamaría a Zola, para que, con un poco de lucidez, el propio escritor francés, fuera el precursor del Naturalismo. Se puede decir que casi todos los escritores de la época se guiaron por Dickens.
Hay varios ejemplos en España: Benito Pérez Galdós, pero con un cierto aire costumbrista, y que su descripción de los personajes (casi caricaturizados) nada tiene que envidiar al prolífico escritor inglés -que era tan prolífico como el propio Galdós-; debe ser cierto que la escritura de los otros inspira.
Hay que ser, sin embargo, realista (sin mayúscula, ¡académico!); ninguno de nosotros puede escribir mejor o peor que Dickens o Galdós, o de cualquier otro autor. Basta con la imitatio latina, pero de ninguna manera llegaremos a tal efecto.
Cierto que hay un ejercicio para mejorar la escritura. Pegar papelitos, a la hora de escribir un cuento, con el nombre del autor favorito. Funciona; pero soy de los que piensan que, en ocasiones, es mejor volar solo, pero con un mapa y una brújula.

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