La tinta tiene vida propia. Leer la escritura del otro, y sus pareceres, es una experiencia única. El cuidado o descuido de las frases, los garabatos mínimos, arrugados o artísticos, la cadencia del verso o de la prosa; el ritmo que nunca se pierde, o que se pierde. Palabras que conectan un día, y al siguiente, con las prisas, se desdicen, se tornan contradictorias, o el pensamiento ya no es el mismo. Escribir cuando la tinta siente, y obedece al espíritu de quien escribe, y continuar escribiendo para que el mundo sea testigo de que, tras su desaparición, el bolg continúe ahí, como un fantasma o espectro, testigo de su tarea, de la actividad febril de estar siempre escribiendo.
Escribiendo para que la muerte no se lleva el único tesoro que pertenece a quien fallece: sus pensamientos y proyectos.
Y porque otros han muerto antes, y no han dejado huella en la existencia. La escritura se crea para evitar ese olvido. Que no ha de quedar en proyecto, sino en escritura en progreso, en continuo trabajo para demostrar que la escritura rescata del olvido días felices, y días no tan felices.
Escribir, para que la muerte, ya lo dejo escrito un Grande de las Letras, no tenga la última palabra.
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