Difícil olvidar a Saramago. De hecho, hace tiempo que le hicieron una exposición al Premio Nobel lusitano. Como ejemplo, sus centenares de cuadernos en donde forjaba sus novelas, artículos, columnas y ensayos. Incluso sus Diarios: Cuadernos de Lanzarote, pero estos fueron pergeñados en un ordenador portátil, y por encargo de su editor. Cosas más raras habrán pedido los editores a Saramago.
Es estupendo ver todo este material, que estaba oculto, y cómo Saramago planeaba sus obras con una estrategia férrea. Solía escribir un folio diario. Según él, porque podía escribir lo que quería y deseaba, y si había que hacer correcciones, aprovechaba los fines de semana. Escribía dicho folio durante una media hora. En otras ocasiones, se demoraba una hora, y siempre, por las mañanas, se dedicaba a pasear por la isla, por prescripción médica y por salud. Luego, regresaba a casa, leía un poco, y se echaba la siesta, durante media hora, calculada. Luego, se dedicaba a enviar sus artículos o colaboraciones por la Red, a otros periódicos y publicaciones.
Y nunca dejó de escribir.
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