Entradas Universales

sábado, 25 de agosto de 2012

Leyendo desde

Aprendí a leer y escribir a los tres años. Eso significa que, cuando ingresé en la escuela, ya sabía que significaba leer correctamente (conociendo todas las palabras y las letras) y escribir con corrección. Bueno, algunas veces, se me escapaba alguna letra; pero eso le ha sucedido a cualquiera.
Cuando llegaban a casa los libros de texto, cuando mis padres iban a comprarlos al colegio (por esa época, no se vendían en las librerias), lo primero que hacía era ojearlos y hojearlos hasta que me cansaba. Me intrigaban los temas que nos darían los profesores o maestras. Luego, me di cuenta de, que a fin de curso, ni habíamos llegado al final del libro, y que ni los nueve meses de estudio, apenas estudiamos de cinco a siete temas por asignatura, y que, cada fin de curso, me sentía como que me habían timado.
Más adelante comprendí que no nos podían enseñar todos los temas, sino que los profesores se ceñían al plan de estudios. Y nada más.
Pero el colegio no fue un lecho de flores. Cuando empecé a fallar, pronto los profesores (algunos), me marginaban, y quedaba como el más bruto y el más asno, carne de suspenso. Hubo momentos en que creía que me suspendían por falta de esfuerzo. Años después supe que, en ocasiones, me suspendían porque sí, para que yo no participara en ciertos círculos. Incluso, en la ocasión en que recuperé 8º Curso, en septiembre, el maestro de turno, aún habiendo aprobado el curso, confirmó delante de mi padre, y con mucha cara, porque las notas no habían salido, sus palabras fueron que no había aprobado, y eso que no hizo ninguna consulta.
Pero me hicieron un favor, porque, gracias a repetir, sabía todo el plan de estudios, e incluso adelantaba la información a los compañeros, que pronto se hicieron amigos. Sabía lo que iban a enseñar en cada semestre, cada semana, y los siguientes movimientos. Eso me ayudó mucho, y, ciertamente, me comporté, en alguna ocasión, como un pirata. Me refiero a que, como venganza, me salté algunas reglas. No es fácil sentirte rechazado, cuando los docentes del centro, algunos, ya te han juzgado. No deberían haberme tratado de bruto.
Además, el padre Andrés, ese pedófilo, no guardó ningún secreto de confesión. Que conste en acta.

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