Historias a mano. Hay, desde luego. Forman parte de nuestra vida, y podemos transformarlas en ficción, si nos apetece. Después de todo, escribir parece fácil, pero es más cuestión de práctica y tiempo. Hasta tal punto que la escritura es necesaria.
Julia Cameron aconseja que la escritura ha de ser un oficio para realizarse. Bueno, no hay que exagerar. Todo el mundo se puede realizar, e intentar dialogar con su yo interior; pero, en ocasiones, el yo interior, prefiere dormir, y que lo dejen en paz, porque el exterior lo perturba, y con razón (¡qué el mundo está muy loco!); precisamente, que lo escriba yo, no es de extrañar, porque ya me he abierto en las Memorabilias y cada uno sabe a que atenerse. Pero esa etiqueta es una especie de calentamiento, y me ahorro tiempo en escribir unas memorias, cuando, con una sencilla o escueta entrada, caben porciones de mis recuerdos.
Cuando escribo que se tiene a mano material de escritura, material documental, he querido subrayar que ese mismo material sirve de intento para buscar aquello que se quiere narrar. Naturalmente, la técnica y los recursos literarios ayudan. Pero también la lectura. Un escrito sin lectura, es un caos imposible de comprender. El autor no ha aprendido a disponer de las dosis necesarias de las ideas que desea exponer. Y el caos, se vuelve fárrago: pomposo, aburrido, confuso y oscuro.
No defiendo que la oscuridad no sea interesante. Escribir oscuridades con fundamento (¡Rico, rico!) tampoco significa que no sea válido. Como ejemplo, pongo a Lautreámont. Es el escritor y poeta del Romanticismo, y maldito más oscuro; pero se comprende que deseaba escribir así, para que su estilo tuviera más fuerza. Y no quita que Los Cantos de Maldoror sean una obra maestra.
Por eso, si tenemos historias a mano, seamos claros, y ya oscureceremos el escrito con el misterio de la palabra. Es cuestión de metáfora; pero muchas metáforas, aviso, matan. Hasta que no llevemos un tiempo escribiendo, la oscuridad nos está vedada. Y con razón.
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