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lunes, 11 de julio de 2011

Días Eternos

En verano parece que, con la extensión de las horas, los días parecen alargarse más; pero el tiempo transcurre, algunos de esos días, con lentitud. Pero es una lástima, porque el verano sólo dura unos tres o cuatro meses. Luego llega el otoño, y el ciclo de lo que aparece y desaparece se cumple en el Eterno Retorno de Nietzsche.
En verano, también sucede lo que, desde luego, no se espera: siempre hay algún hecho de importancia. Los días, desde luego, y a pesar de sonar con cierta monotonía eterna, los acontecimientos dan giros inesperados.
Los días eternos son para soñar. Y no está mal que, por lo menos, hasta las 22.00 aún sea de día. El Sol alumbra, para luego acostarse (¡qué símil más trillado!); pero, por lo menos, el verano es, desde luego, la estación en donde resistiendo el calor, o aguantándolo, los días son agradables, pero muy tórridos.
Por lo menos, quedan las lecturas, que nunca se agotan, y que los días eternos, transcurren, pero más despacito. Con la escritura, parecen quedar en mínimos, pero hasta la que la magia de la escritura justifica las vivencias.

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