En verano parece que, con la extensión de las horas, los días parecen alargarse más; pero el tiempo transcurre, algunos de esos días, con lentitud. Pero es una lástima, porque el verano sólo dura unos tres o cuatro meses. Luego llega el otoño, y el ciclo de lo que aparece y desaparece se cumple en el Eterno Retorno de Nietzsche.
En verano, también sucede lo que, desde luego, no se espera: siempre hay algún hecho de importancia. Los días, desde luego, y a pesar de sonar con cierta monotonía eterna, los acontecimientos dan giros inesperados.
Los días eternos son para soñar. Y no está mal que, por lo menos, hasta las 22.00 aún sea de día. El Sol alumbra, para luego acostarse (¡qué símil más trillado!); pero, por lo menos, el verano es, desde luego, la estación en donde resistiendo el calor, o aguantándolo, los días son agradables, pero muy tórridos.
Por lo menos, quedan las lecturas, que nunca se agotan, y que los días eternos, transcurren, pero más despacito. Con la escritura, parecen quedar en mínimos, pero hasta la que la magia de la escritura justifica las vivencias.
En verano, también sucede lo que, desde luego, no se espera: siempre hay algún hecho de importancia. Los días, desde luego, y a pesar de sonar con cierta monotonía eterna, los acontecimientos dan giros inesperados.
Los días eternos son para soñar. Y no está mal que, por lo menos, hasta las 22.00 aún sea de día. El Sol alumbra, para luego acostarse (¡qué símil más trillado!); pero, por lo menos, el verano es, desde luego, la estación en donde resistiendo el calor, o aguantándolo, los días son agradables, pero muy tórridos.
Por lo menos, quedan las lecturas, que nunca se agotan, y que los días eternos, transcurren, pero más despacito. Con la escritura, parecen quedar en mínimos, pero hasta la que la magia de la escritura justifica las vivencias.
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