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lunes, 25 de febrero de 2013

Ártico

En la obra Frankenstein o el Moderno Prometeo, hay una escena final, mientras se funden los hielos, en que al monstruo (que carece de nombre), le preguntan por su nombre: mi creador no me puso ninguno, responde. Pero antes, no recuerdo muy bien, había asesinado o matado a su creador. Éste se había negado a crearle una compañero, y la creación de Victor Frankenstein le hizo pagar con la muerte de su amada, con la que iba a contraer nupcias.
Me llama la atención que Mary Shelley eligiera, al mismo tiempo (escribió la novela en una noche) los hielos y las soledades árticas. No me extraña que fuera el final del buen Doctor Frankenstein y su creación. Eso de buen doctor, habría que tratarlo a parte, por lógicos criterios morales. De hecho, Frankenstein, o la propia Shelley, fue una visionaria, quizás sabiéndolo o sin darse cuenta.
Los hielos son el contraste de la soledad del hombre. Cuando muere Framkenstein y su creación, sólo le queda el final de su compañía. Creador y creación unidos por un destino común: la muerte, y también la desesperación de la soledad. Ambos han perdido su vida. El uno a manos de otro. Ambos son culpables.
Recordando el final, la lectura final, no deja de ser un final abierto. Es posible que Victor Frankenstein muera, pero no su creación. Esta es demasiado resistente, sobrehumana, una especie de Golem, pero con el malditismo de un destino que nunca buscó, sino que se lo ofrecieron, sin su consentimiento. ¿Es por eso, la creación, un monstruo? No lo creo. En toda la novela, siempre hizo el bien. Se sentía desgraciado e incomprendido, y cuando le pidió al creador de sus días, una compañera, reconozco que se puso flamenco o bravo; pero exigía por derecho, y no se le concedió. Es posible que la creación de Frankenstein aún vague, por toda la eternidad en los hielos árticos, quizás buscando su lugar en la vida.

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