Los dos cortes que, por accidente, me hice en la mano, en una de mis manos, están cicatrizando. Ya no me escuecen. Dentro de unos días cicatrizarán, pues la hemorragia se ha cortado por completo. La sangre ya no escandaliza. Pero queda la cicatriz.
Me alegro, porque así, tengo algo que contar. Mis salvadoras fueron las tiritas, que al ser esterilizadas, logran que la herida sea menor.
Cortarse es peligroso, y sobre todo, por accidente de un objeto de cristal en pedazos. Ciertamente, me duele uno de los dedos, que, con un corte superficial, ya cerrada la herida, me duele al pulsar un poco el teclado del ordenador.
Cuando ya, finalmente, una de las manos está llegando a su ser, aprovecho este material para contar esto mismo. Mañana, en este apunte. tec., quizás ya no sea necesario. Pero creo que esto es má emocionante que escribir sobre el tiempo.
Ahora que quedan pocos párrafos para escribir esta entrada (o post, pero yo prefiero seguir llamándolas entradas), he llegado a la conclusión que soy una persona propensa a los accidentes. Hay accidentes todo el tiempo. Sea aquí, o en alguna parte del planeta. En estos momentos, es posible que una persona se haya cortado manejando un cuchillo para cortar carne, o al cortar la piel de una manzana. O alguien se ha caído por las escaleras, y ha perdido todo el sentido de la existencia.
La cicatriz demuestra que la herida cierra, ¿pero quién cierra las cicatrices del alma?
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