Y no precisamente por ser Spiderman, que ya me gustaría. Este apunte es, sobre todo, por el hecho de que mi mente, precisamente ayer, se hiperactivó por un accidente casero. Un trasto de cristal se escacharró y, de cualquier manera, me corté una de mis manos, de donde brotó la sangre más escandalosa. Arreglé el entuerto lo mejor quijotescamente que pude, pero mi mano, una de mis manos, no pienso especificar cual de las dos, manchaban suelo y objetos con mi sangre.
Esta aventura no terminó aquí, porque, después de desangrarme, estrepitosamente (seguido de adverbios numerosos en -mente), dejé rastros de mi ADN por todas partes. Luego, tras examinar mi mano ensagrentanda, por los cristales de los tarros y demás artefactos diabólicos de cristal, me dio una taquicardía que obligó al músculo cardíaco a sistadiástolesiar como un energúmeno. Me sentí como John MClane cuando se cortó los pies con los cristales del terrorista del Edificio Nakatome. Fue peor.
Empecé a sentirme débil. Sudé un lago entero. Aún quedan rastros evidentes en el pijama y en la cama, y varios desmayos seguidos. Y todo eso, sin fumar ningún cigarrillo como Bruce Willis. Por suerte, antes pasé por el baño, para cortar la hemorragia; el asunto mejoró. Como no es la primera que sufro esta clase de accidentes/incidentes, pude con el coraje absurdo, cortar la hemorragia (las heridas aún me escuecen) y tirar hacia adelante.
Hay tiritas. Benditas tiritas. Salvé el desaguisado, y me recuperé. Pero en la cama me desmayaba cada dos por tres. No me suelo desmayar por ver mi sangre, sino cuando veo la de otros, y caigo como los muros de Jericó, pero sin trompetas ni nada de tráfico. En mi último desmayo, porque me vinieron molestas imágenes de heridas sanguinolentas, terminé por desmayarme por completo, y perdí el sentido, las fuerzas y lo que no es el sentido.
Al amanecer, me temblaba todo el cuerpo; pero sigo aquí. Hyeronymus dixit.
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