Es el título de un serial de la radio, allá, por los años 50 en los USA. También, el título de una aventura de superhéroes, un poco más adelante, al principio de los años 80, cuando cómics de este tipo vivían, en España, su Edad de Bronce o de Platino. Pero, también, es la sensación de que se trate que ligue la mantequilla con el aceite.
En serial estadounidense, se trataba del choque entre civilizaciones de distintos orígenes, con ambiciones contrarias. Pero nuestro mundo, el que no tiene más remedio que aceptarnos, no hace otra cosa que colisionar continúamente.
Hay colisión de realidades. En ocasiones, nos invade la diferencia, y es la que nos separa, pero el mundo, por mucho que tratemos de igualarnos, siempre queda espacio para evitar el diálogo.
Si nos separan las diferencias, deberían unirnos, porque, sobre todo, son las diferencias las que nos enriquecen. En el cómic, de la DC, y de la Marvel, la cuestión era semejante: un mundo invadía al otro, y para acabar con él, se debía colisionar, es decir, chocar. Chocar, para destruir.
Pero la destrucción no es la salida. Es de una vacuidad terrible. La destrucción destruye aquello que se ha construido. Cuando los pilares construidos caen al suelo, no hacemos otra cosa que perder valores, que son los que nos sostienen en nuestra capacidad de mejorarnos cada día.
Construir antes que destruir.
Subrayo: no basta con destruir porque, además de ser contraproducente, es innecesario.
Hemos de unirnos para construir para evitar que nuestros mundos, que pueden ser diferentes, con todo el derecho, no colisionen. No choquen.
El resto es un contrato que hemos de cumplir, porque sólo depende de nosotros.
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