Bueno, casi. Recoger un libro en una librería conocida por todo el mundo, visitar una sucursal de la misma franquicia, y ver que hay cultura que funciona es, desde luego, una oportunidad relajante durante un par de horas. Pero ya íbamos a tiro hecho. Lo demás se trataba de pasear, y ver. Pero hay libros que no se escapan. Lógicamente, carecen de piernas, pero pueden volar. Se lo puede llevar otro lector. Así son las cosas.
Pero, sí, el paseo sirve de algo. Un paseo con sol, sed y mucho calor. Porque ahora está pegando fuerte, y parece que se derriten hasta las calles. Un poco de sombra en los anaqueles de la librería, y luego, la sensación que queda de un itinerario por anaqueles, expositores y ofertas. Y un "y si...", porque te has dejado llevar por los consejos del amigo de toda la vida, y resulta que modificas el producto de tu compra por otro, poco antes de ir a la burbuja de los dependientes, que son harto educados, por oficio y obligación, y que reciben las "muchísimas gracias" del cliente como un bálsamo por las horas, casi muertas, que pasan por ahí.
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