Mitología

La mitología está al servicio de aquellos que la necesiten. Mucho se ha escrito sobre ella. Si las narraciones fantásticas son símbolos o, en el caso de ser ficción (algo de ficción han de tener) son aventuras demasiado increíbles. Pero los mitos son así. Tienen algo de cierto, pero, en algún momento, el hecho corriente y vulgar se volvió legendario y maravilloso.

Todo el mundo sabe que un caballo como Pegaso es imposible que adquiriese alas de nacimiento, o que Teseo fuera protagonista de batallas increíbles. Pero los mitos, tanto o más que la pintura, se pueden interpretar. Además, los mitos modernos y populares son los superhéroes. Pueden imitarse, pero no es posible interpretarse. Si hubiéramos podido volar nos habrían puesto alas, o nuestros genes se hubieran ideado de otra manera.

Pero los mitos también sirven a la literatura y al cine, y antes sirvieron a la filosofía oficial, iniciada por Platón (que se puso a dar noticia de una Atlántida que se encuentra en muchos lugares, pero que no se ha hallado, todavía); de ahí que los mitos, los queramos o no, forman parte de nuestra realidad como seres humanos. Necesitamos mitos para creer en la grandeza que nos convierte en comunes a los demás. La cultura se alimenta de mitos. La mitología es literatura. Y todo eso que gira alrededor, no deja de ser mitología, enmascarada para controlar o para imponer. Y eso, es posible que no nos haga más libres; porque somos libres de elegir si nos venden la moto o no.

En una novela española de ciencia ficción, un extraterrestre dice, por ejemplo, que, a los primeros humanos les contaron el origen de su mundo, fuera de la Tierra, pero que, cuando los propios griegos evolucionaron del Neolítico a la Edad de Hierro, deformaron de tal manera la historia del planeta de los visitantes, que los convirtieron en dioses, cuando, en realidad, se trataban de personas con una cultura tecnológica más avanzada. No comprendieron la Historia: la transformaron en Mitología.