Es increíbles que unas agujas, a la hora de extraer la sangre, hagan un daño mínimo, pero que, al no ir ni alimentado, esas misma agujas provoquen ansiedad. Porque, en primer lugar, cuando llegan las horas de las agujas, el corazón se pone a palpitar rápidamente de la ansiedad, de manera que luego llega la derrota y el derrumbe, hasta tal punto, que la situación se vuelve, sobre todo, insoportable.
Luego llega el desmayo. Y no soy el único, porque tengo amigos que me han contado que también les sucede lo mismo, y tienen que avisar, y buscar una camilla, porque cuando llega el derrumbe, lo hace sin avisar. Y uno cae redondo.
En fin, que lo paso bastante mal, a la hora de ir a la extracción de sangre. Y el descenso de la tensión, que es un descenso al infierno de la pérdida de conocimiento, que da la sensación de haber perdido segundos de percepciones. Y eso es, sobre todo, que, por mucho que se intente soportar la situación (la tensión se me baja en segundos o décimas), se ve que es imposible.
Las agujas de acero, que hienden la piel, y llegan a las venas, y el dolor pequeño, que sólo son unos segundos. En fin, que siempre, antes que las agujas, prefiero la belleza. El inventor de las agujas hipodérmicas debería tener pesadillas por el mal trago que se pasa.
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