Aquellos que acceden a conocimientos técnicos, para poder destacar en la especialización de su empleo o vocación, han de aprender ciertos números de palabras técnicas que, queramos o no, al final acaban por parecerse a un argot supersecreto. La culpa no es de ellos, sino que procede de la Edad Media, cuando existían los Gremios, es decir, asociaciones de constructores, artesanos y albañiles, y que dejaron de manifiesto que vivir en el secreto podía aportar ventajas ante los profanos. Suena extraño, pero así es.
Tantos tecnicismos deja fuera de las ramas del conocimiento a muchas personas, y estas se siente fuera, y no dentro. Incluso llega a tanto el oscurecimiento, que aquello que es políticamente correcto, se transforma en un arma de invasión masiva, de tal manera que, por mucho que tratemos de maquillar nuestra ignorancia, aquellos que quedan fuera, no tardan en frustrarse y sentirse marginados, porque se les ha tomado por aquello que no son, ni han sido nunca. Estoy escribiendo, naturalmente, sobre el respeto, hasta tal punto, que es el respeto hacia todas las personas que deseen aprender. El aprendizaje ha de ser para todos, y no para un puñado de "elegidos", que así se autoproclaman, teniendo al resto por ignorantes.
Claro que, la política de ahora consiste en dejar fuera a unos cuantos, y que se queden aquellos "que valen". ¿Cuánto valen? Pregunto. Un ejemplo es Miguel Hernández: de pastor analfabeto, que nunca lo fue, a poeta grande de su Generación, que se codeó con Lorca, Alberti y bastantes poetas más. Por eso, ¿cuenta menos un pastor que un salvaje (selvaje)? Creo que cuenta algo. Una cosa es ser químico y otra alquimista. El primero ha de decir las cosas claras, y el segundo la obligación de oscurecer su Arte contra los charlatanes y timadores.
En ocasiones, perdemos humanidad hasta en el lenguaje.
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