Me aconteció mientras trabajaba en lo que era Caterair, mucho antes de convertirse en Sky Chefs y algún otro nombre que tomó la antigua Marriott España. Una semana después de defenderme de un cretino jefe de cocina (ahora, se me ha olvidado el nombre, bueno será), me atacó una gripe muy profunda. Iba a trabajar y me dolía la cabeza, el cuerpo, y cada estornudo era una pesadilla. Por suerte, un compañero me dejó un sobre de un antigripal. Se lo agradecí, pero pasé una tarde muy mala; y algo me hizo deducir que tanta cortesía ocultaba mi final en esa empresa (por cierto, que me alegro que se haya arruinado, o vendida, y que hayan despedido, entre los trabajadores, a ese jefe de cocina impresentable, que se dedicaba a insultar a todo cristo y a juzgarlo); me tomé el sobre, por cierto, después de echarlo en un vaso con agua y moverlo. Milagro, al día siguiente estaba más que recuperado. Todo el malestar había desaparecido. Pero, a la semana siguiente, tuve que ir a buscar el cheque, y mi carta de despido, que me la ofreció el jefe de personal. Todo muy correcto, después de haberme prometido una prórroga de otros seis meses de contrato, y que se perdieron como lágrimas en la lluvia. Hasta que, debido a como me habían tratado, no me despedí de ninguno de mis compañeros, ni de mis jefes. Por esa época me estaba dando la vena samurai, y había decidido no despedirme de nadie, si no abandonar mi puesto, y supe que, ese día, ya no tendría que madrugar; pero más me dolió la hipocresía que vi, y el falso compañerismo, que no existía. Luego, en casa, lloré por mi pérdida; pero lloraba por la pasta que había dejado de ganar. ¡Ay, el materialismo!
Eight days a week... I love you
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He perdido a algunas personas muy queridas para mí. John es uno. Se fue
hace muchos años un día como hoy. Le quería y todavía le quiero. Es algo
inevitable...
Hace 12 años
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