Teseo caminó por el Laberinto, construido por el delida, hasta que se dio perfecta cuenta de que el hilo se había roto. Viéndose perdido, empuñó con firmeza su corta espada. Se apoyó en las frías paredes de piedra, e intentó iluminarse con el hacha. El humo del hachón apenas le dejaba distinguir las estrías de la oscuridad. Teseo avanzó, hasta que sintió como unas potentes piernas de atleta avanzaban por el pasillo que él examinaba, inseguro.
"¿Dónde se habrá metido Ariadna?", pensó. Y luego, olvidó.
Continuó con su dudosa empresa, pero ya no quedaba ni una brizna de esperanza. Regresaría al Palacio del Rey de Creta, ese pérfido y malintencionado, con el fracaso entre sus manos. Pero decidió que lo mejor era continuar, para que su leyenda fructificara en el honor más grande de todos: matar al Minotauro.
Sintió un olor almizclero, salvaje y picante en la garganta.
-Desiste, Teseo-escuchó. La voz era potente, y las ondas de las palabras se extendían por todo el Laberinto-Desiste, Teseo-repitió la voz-No hagas algo de lo que puedas arrepentirte más adelante.
Y, desde la oscuridad, Teseo distinguió dos puntiagudas protuberancias óseas, y un cuerpo robusto, pero manchado por barro y orín, y un áspero olor que le picaba la garganta. Y unos ojos castaños, en un rostro bovino, pero de firme resolución: el Minotauro.
-¿Qué dices, necio? Que tu madre zorreara con Zeus en forma de buey no te da derecho a exigir, monstruo.
-Ya lo ves-dijo el Minotauro-No pienso pelear; pero, a cambio, te doy la libertad y a los jóvenes que el Rey me ofreció. Has caído en la trampa como un crío.
-No hay trato-negó Teseo moviendo de izquierda a derecha la cabeza.
-Piénsalo-explicó el Minotauro-, si me matas, no te irás con nada.
-¿Qué dices? ¿Cómo te atreves, engendro de animal y hombre?
-Te aseguro que Ariadna se queda conmigo. Te llevas a los jóvenes, te indico la salida, y nada de sangre. Ganas la fama, y yo la tranquilidad. Y otros escribirán la historia, pero tú y yo, conoceremos la verdad.
-No hay trato. Ariadna se viene conmigo.
-Imposible, Teseo. La he preñado, y mi raza de vástagos cornudos se extenderá con las leyendas.
-¡Maldito seas! ¿Y ella te ama?
-Me acepta.
-Está bien. Nada puedo hacer-proclamó rendido, Teseo-Pero he de presentarme con Ariadna.
-Entre los jóvenes hay alguna que se le parece como si fuera su reflejo. Basta que la eduques como tal, y pasará a la leyenda como la mujer que amas.
-Pero no es lo mismo.
-¿Y quién notará la diferencia, cuando nuestro secreto convierta el relato en fábulas para simples? Desiste, Teseo, y llévale al necio de tu monarca esto-y Asterión le mostró una cabeza de toro micénico ensangrentada- Y nadie conocerá la verdad.
Y Teseo abandonó el Laberinto, mientras Asterión el Minotauro, se dedicaba a ejercer de Patriarca. Teseo nunca sospechó que el burlado había sido él, y no su Soberano.
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