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martes, 1 de febrero de 2011

Efluvios pigales


Suele suceder en el Metro o en el Bús. En ambos momentos un descuido que puede costarte la dignidad. Por lo menos, Montaigne lo admitía, y, en más de una ocasión, admitió este ensayista gabacho, que las mejor inspiración le llegaba cuando evacuaba, o cuando se liberaba de los efluvios durante sus paseos matutinos por su hacienda. Decía que era una liberación, porque la mente se tranquilizaba después de tan molesta presión intestinal. Y, admite, también, que después de liberados estos efluvios, podía pensar y meditar con más tranquilidad, y que las mejores líneas no las escribió Camilo José Cela, sino Michel de Montaigne-que lo único que hizo en su vida, fue ir al ejército, cumplir, y regresar, como buen francés y educado-; digno de él es que hablara o escribiera de estas cosas tan humanas en su Essays; pero, por lo menos, no se amedrentaba y lo admitía sin melindres ni remoloneos. Si su mente no funcionaba por la tenencia de efluvios (en esa época no existía el problema medioambiental que sufrimos; también es verdad, carecían de ordenadores) y que, tras romper las cadenas de la urgencia, se sentía mucho mejor. Pero, ahora, si esos efluvios se liberan, ya te miran de otra manera, como un extraño, o que desmereces el medio de transporte. Y dirigen su vista hacia otro lado. Desde luego, tendremos que admitir, como Montaigne que esto es humano (y animal), y que pertenece a nuestra naturaleza, lejos de los encorsetados legítimos que nos hemos impuesto. Que nadie se juzgados... ¡según sus efluvios!

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