Aristóteles dejó escrito que el Mal era la ausencia del Bien. Pero, entonces, el Bien, sería la ausencia del Mal, y estaríamos en las mismas, 2.000 años de Filosofía para regresar al punto de partida.
Relacionamos al Mal como la parte negativa ausente de ética y moral, del Caos primigenio, que el Bien, otro imperativo moral y ético, ha de enfrentar para mantener el equilibrio. Pensándolo bien, no carece de lógica, puesto que se utiliza en escritura, a la hora de justificar el comportamiento del héroe, heroína y antagonista. Sin eso, no habría mucho juego, desde luego.
Pero el asunto es más tremendo y profundo, y hasta delicado. El Bien y el Mal (con mayúsculas) también es una manera de definir algo, o de no definir nada. Cuando hablamos del Bien y del Mal, me parece que nos andamos por las ramas. Nietszche hubiera dicho lo mismo. La magnitud de estas dos palabras mayúsculas, con significado positivo y negativo, es un conjunto de mitologías milenarias, terror, ansia de conocer, y una larga fila de despropósitos. Volviendo a Aristóteles: es posible que este filósofo griego haya metido la pata más de una vez.
La bondad y la maldad pueden defiinirse, pero se obtienen unos matices que oscurecen una serie de significados que no son nada sencillos. Tal cómo yo lo veo: las acciones nada tienen que ver con ser definidas a partir de una moral y una ética predefinidas que no llegan a ningún sitio. Las acciones no son importantes. No significan nada.
El Universo puede estar tranquilo, porque nosotros, como bacterias de su organismo, pocas veces le provocamos alguna indigestión anímica, mientras nos envuelve con su misticismo de circo barato. Bien y Mal son imposibles de definir. Son palabras mayúsculas más grandes que nosotros, que la vida, que la muerte o cualquier recuerdo efímero.
Algunas religiones los definen como una lucha constante por el equilibrio. ¡Sed más originales, por favor, que el asunto no se resuelve apedreando al infiel! Y yo me pregunto: ¿Qué equilibrio? Si un sistema solar desaparece, y su final está vaticinado desde el principio, queda muy claro que los dos términos se neutralizan mutuamente. Y 2.000 años de Filosofía se van por el sumidero.
Si ambos términos son indefinibles (pero el Cristianismo se ha dedicado a introducirlos en un pequeño y estrecho Cubo de Rubik) el asunto se enmaraña. ¿Razón? Hay que tener mucho cuidado: luz y oscuridad, ausencia de la una y la otra, menuda sarta de estupideces. Somos nosotros los que decidimos que es el Bien o el Mal, y no los Ángeles o los Demonios. Pero los definimos a partir de ciertos criterios morales bastante dudosos. ¿Por qué?
¡Porque no lo sabemos! Carecemos de la base desde hace 2.000 años, o más. Y Zoroastro, en el fondo, es posible que fuera un escritor de Fantasía fracasado. Y seguimos tomándolo en serio: ¡Cómo están las cabezas, Manolo!
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