Confieso que, por mi cuenta, llevo un Diario personal desde hace dos años. Pero no pienso desvelar. Apenas tiene que ver con esta Bitácora, en donde el viaje nunca acaba, puesto que tengo una más: www.laleyendadelinmortal.blogspot.com y que, en ocasiones, me libera de ciertos compromisos con la escritura, porque he creado su propio mundo, y que pertenece a este mismo blog.
Es posible que esta otra bitácora vaya lenta; pero ya lograré el ritmo, en cuanto pueda mutar dos brazos más y que un cerebro cibernético me ayude para escribir simultáneamente. En cuanto a esto, como ya está aclarado, pasemos al asunto que nos concierne.
Escribir un diario no es nada del otro mundo. Hay escritores que sólo escriben diarios íntimos o personales, se ponen a parir a sus amigos, y quedan bien con el lector, pero mal con todo el mundo. Sus diarios se encuentran cubiertos e infestados de mentiras, embustes y exageraciones, que les vendrán muy bien para oxigenarse y seguir atacando por los flancos para ver si hay algún Goliath que derribar.
Castillo del Pino propone esto: hablar mal del prójimo, inventar, corregir el diario y mentir como un cosaco. Dice de Los Cuadernos de Lanzarote de Saramago que le aburren, le provocan un tedio mezquino, y que Saramago no debería dedicarse, o haberse dedicado, pues hace un par de años que es un óbito, a escribir sus novelas, en vez de aburrir al lector. ¡Pues a mí no me ha aburrido nunca, qué conste en acta!
Respecto al embuste. Incluso cuenta Castillo del Pino que publicó en su diario personal, para la imprenta, que su amistad con otro escritor era historia pasada. No recuerdo el nombre de ese amigo suyo del que le gusta hablar mal, y despotricar como un descerebrado. Pero a este amigo, no le hizo gracia.
Admito que prefiero inventar. No lastimo a nadie, y además, suelo utilizar (muy poco) esta cualidad. La invención procede de imaginar. En mi caso, es un "¿ Y sí...?" y ahí empieza el anacoluto, las ronchas y esa palabra que empieza pero que nunca termina. Además, tengo la conciencia muy tranquila, a pesar de las oscuridades del alma, que siempre se hallan presentes.
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