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miércoles, 25 de julio de 2012

Improcedencias e injustificaciones

Hace más de una década que el mundo del trabajo me es tan ajeno y no se asemeja nada al mundo humano. Y, ahora, en esta Memorabilia, no se me han olvidado las ocasiones en que se ponía punto y final a mi existencia como trabajador o empleado, y que, ahora, no me afecta. Es doloroso que afecte a otras personas cercanas y, si pudiera hacer algo lo haría.
Pero recuerdo que, de los años 1992  al 1994 fui despedido sin razón aparente de todos los empleos en los que me contrataron (hubo hasta "mobbing", esto es, acoso laboral, por parte de los jefes, y de los compañeros. Algunos, no todos. Los algunos, en cambio, parecían estar en Babia, dicho sea de paso); hubo diferencias de criterio, y quizás varios choques. Pero, además de ser siempre algo polemista, no me gustaba nada que atacaran mi dignidad. Por ejemplo en un comercio de alimentación, uno de los encargados no dejaba de insultarme, y llegaba a casa, además de con el cuerpo dolorido (porque me dejaba la piel) la cabeza no muy bien. Ataques de angustia, ansiedad, arritmias que me provocaban molestias digestivas, y un largo etcétera de incomodidades físicas.
 Por esa época quería dedicarme a escribir. Pero era imposible. Mi mente trabajaba mucho, pero no veía buenas ideas. Pero el germen de este presente se encontraba en ese pasado de hace un siglo (de finales de siglo, claro); en otro empleo, el roce fue con el encargado: me ocupaba de la limpieza de la calle, como peón de la limpieza, los fines de semana y días festivos. Lo que provocó la tensión fue que el encargado, de nombre Javier, se dedicó a aficionarse al acoso laboral, hasta que un día estallé porque decía que tenía que llegar una hora más tarde que mis compañeros. Me negué, y reconozco que lo envié a un lugar bastante asqueroso con las palabras. Intentó hacerme firmar un papel en blanco, pero me negué. Una hora después, me hallaba fuera del cantón.
-¡Qué no entre el próximo día!-le escuché al encargado.
Al llegar a casa el peso disminuyó, pero también me sentí estafado.
En otro trabajo, el despido se debió a un sapo de cabello rubio y con gafas, que, en cierto momento, y en presencia de todos los compañeros del turno, por la tarde, se metió conmigo, delante de todos, refiriéndose a poner en duda mi virilidad, y con un insulto molesto y bastante pobre. Yo le respondí:
-No pensaba lo mismo tu mujer la otra noche.
No era cierto, pero el sapo asqueroso empezó a llorar, y creo que se chivó como una perra a los jefazos. También, me gritaba en sollozos que me iba a enterar. La cobardía tiene muchas salidas, y delatar de nada a un compañero, o subordinado, parece que está muy premiado.
Cuando me fui a disculpar, me dijo el sapo:
-Es demasiado tarde.
le repliqué:
-Exacto. Demasiado tarde.
Pero no olvido que casi toda la empresa me hizo acoso laboral. Casi todos se pusieron de acuerdo para provocarme tensión e, incluso, mis defensas bajaron hasta el punto de contraer una gripe mortal. Cuando la empresa desapareció, porque un pez más grande se había alimentado del diminuto, no me alegré; pero sí me alegré por los desgraciados de turno que se confabularon para hacérmelas pasar mal. Creo que, ahora, es difícil que encuentren trabajo. El Destino da muchas lecciones, y el mal siempre regresa a quienes lo enviaron. 

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