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jueves, 26 de julio de 2012

Congelado

La imagen no es coincidente, pero casi parecida. He pasado muchos inviernos con las manos congeladas. Los dolores articulares en los que deseaba morir, porque las falanges me dolían. Los días de reparto, en donde, si llovía, los guantes se mojaban, y luego, si helaba (y es curioso que lo escriba en pleno verano), esos mismos guantes se petrificaban y helaban, con la imposibilidad de permitir su movimiento.
No elegí ser repartidor, hace tiempo, porque es una acción que pertenece al pasado; pero tampoco pude madurar como mozo de almacén. Sólo recuerdo los tres inviernos que pasé, y la imposibilidad de batallar contra el frío. Llegué a tener incluso enfriamientos pulmonares, en los que penetraba el aire frío por la tráquea, con la consabida fiebre.
Y a nadie le importaba.
Pero, cuando nevaba o helaba, la capacidad de congelación estaba a la hora del día. Yo seguía adelante, pero el frío es imposible de combatir. Y es, desde hace mucho tiempo, una batalla perdida.

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