Es curioso: cuando uno cree estar escribiendo para otros, y que lo lean, en realidad, ha escrito antes para sí mismo, sin darse cuenta. La escritura, en ocasiones, traiciona. Aún hablando o escribiendo de temas distintos o ajenos a la vida del autor, la escritura siempre vuelve. Como un bumerán, narramos nuestra experiencia, pero también nos mentimos.
Una aclaración: el escritor es un mentiroso vocacional. Escribe ficciones, y se debate entre las ficciones que escribe y la vida real que, en ocasiones, se inventa, o la interpreta para que el lector juegue con él. Es un juego peligroso. O como el de la ruleta rusa, que es todavía, un juego aún más peligroso.
Tenemos la idea de que el escritor es un dios imposible de hablar con él. Y no es cierto. Con la Red, el escritor se vuelve más cercano pero, al mismo tiempo, es tan idolatrado como en tiempos pasados. Los lectores ponemos o quitamos puntos: este (escritor) es bueno, aquel es mediocre, ese otro no debería ni dedicarse a escribir; pero las apreciaciones dependen de todos los lectores. Para un lector será mediocre el escritor bueno-o buen escritor-, malo el mediocre y el escritor que no debería dedicarse a escribir, un dios de la escritura.
Sobre gustos no hay nada escrito, o está escrito todo; pero va a ser que no. Otra cosa es todo lo contrario, el lado negativo: hay lectores, que se llaman "lectores" pero que no saben leer, no comprenden lo que leen, y elevan los libros más vendidos, y mal vendidos, a la categoría de obras maestras, cuando son ejercicios meramente comerciales. La escritura personal se torna mercado. Kilos de palabras vendo, que vendo barato, o caro, y lo caro se vende bien barato. Y, claro, picamos.
Un ejemplo es la autora de la Crónicas Vampíricas, Anne Rice. Toda la Multilogía sobre Lestat y demás fauna sobrenatural y no muerta es, a mi manera, lo mejor que ha escrito la autora. Estas novelas tenían más fuerza que el par de películas que se rodaron. Bueno, Stephen Frears adaptó muy bien Entrevista con el vampiro, el primer tomo de la serie. Pero no era todo el libro, que conste. Luego, con la serie Las brujas de Salem la cosa se torció. Rice ya no se ocupaba de los vampiros, porque se había convertido al movimiento evangélico tras la muerte de su hijo de cáncer (o su hija, vaya); la escritora se dijo: no más no-muertos. Y su escritura contenía la misma fuerza, pero la obra era exageradamente densa. ¿Qué trataba de demostrar?
Siento ser demasiado deductivo. La autora de Lestat quería demostrar que la fe le da vida, y que modificó su vida. Pero de la serie de las Brujas de Salem cometió un error: era la confesión de su propio cambio religioso y espiritual, y lo plasmó en esta trilogía. Pero sus baremos han disminuido, se ha vuelto más contenida en su escritura, más intuitiva, sin la intelectualidad que movía sus novelas de sus vampiros. Se volvió más técnica, pero perdió naturalidad. De hecho, leer la serie de Salem, es un suplicio, porque no se sabe a dónde nos quiere llevar cuando renuncia a los vampiros, y se dedica al estudio de la brujería novelística. Bueno, por lo menos, fue ella misma, claro.
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