Cuando sientes la necesidad de escribir has llegado a un punto esencial del propio arte de la escritura: escribes, no sólo por necesidad, sino por placer. Escribes para recordar y revivir hechos pasados y someterlos al tiempo de la ficción, ubicarlos en un nuevo lugar, y transformar lo real en ficción, para que sea más soportable, o, como ficción, sea más digerible.
En mi caso, suelo evocar hechos de mi pasado, en ocasiones, los peores, y los transformo en ficción. Hay un peligro añadido: no siempre se ha de contar todo, basta con adornarlo e inventarlo, que parezca verosímil, claro, hasta el punto de que, dicha verosimilitud, no choque demasiado con la exageración.
En las Confesiones de Voltaire, el autor mezcla mucho de ambos. El lector tiene la sensación de estar leyendo unas memorias literarias; pero, también se le ofrece la sensación de que el propio Voltaire miente como un bellaco. Por suerte para el filósofo francés, éste es honesto. De los hechos que no recuerda su fecunda memoria, dice no recordarlos.
A muchas personas nos sucede lo mismo; pero, en lugar de admitir que no recordamos del todo, adornamos con tintes fantásticos hasta el hecho o evento más vulgar o sin importancia. En mi caso, como soy narrador, o escribidor, y otros han llevado a cabo una misión más profunda que la mía, mis escritos carecen de importancia. Es una lástima que el género memorialista se inicie tarde en España; pero las Confesiones son un buen ejemplo para empezar a imitar, o incluso, mejorar, aquellas efemérides que se ocultan en el abismo de nuestra memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario