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viernes, 27 de mayo de 2011

Lo Inmortal

El tiempo transcurre, lo deseemos nosotros o no. Nunca se para a nuestra voluntad; pero nos damos la ilusión de controlarlo. Una ilusión banal y ficticia, porque el Tiempo, con mayúscula, es el elemento más libre, caprichoso, embaucador y traicionero que existe. Porque, el Tiempo, nunca es el esclavo del hombre, sino que el hombre es su esclavo.
Nos creemos inmortales; pero sólo lo somos lateralmente, es decir, sólo en parte. Nuestro cuerpo material se deteriora por el paso del mismo Tiempo, y además, porque, desde luego, nacimos con las horas contadas desde el nacimiento. El cronometro empieza a descontar desde ya.
Cierto que esto no es una tesis seria. Todo lo que escribo, ya se ha debatido antes. No cuento nada nuevo. Pero, lo Inmortal, en esta entrada, es lo que dejo escrito, es decir, lo que queda de mí. Eso cuenta; pero, ¿cuántos anónimos son inmortales? Es posible que sólo a partir de sus obras, o de sus hechos. Porque, admitámoslo, todos somos anónimos, si exceptuamos a los ilustres, famosos, famosetes y toda esa fanfarria que parece estar por encima del hombre y de la mujer corriente.
Ser famoso incluye, en este pormenor del Tiempo, que serás reconocido hasta la muerte; pero rápidamente olvidado por la masa; pero no por los medios de información, o televisión, radio o cualquier otro aparatejo del poder que decide manipular, en ocasiones, más que enseñar.
Por eso creo que, el Tiempo, en realidad, se ríe de nosotros, y ejerce una atracción tal, que evitamos desprendernos de su hechizo. Como ya expuse más arriba, lo Inmortal sólo lo otorga el Tiempo, y que es, en realidad, un bribón mayúsculo poco fiable. Pero, no puedo definir del todo lo Inmortal. No existe en nuestro recuento, y sí en nuestros anhelos.
Lo Inmortal, seamos sinceros, es la cualidad de hallar lo imposible, porque, por mucha alma inmortal que nos manifiesten, la materia regresa a su origen, y quedan las vibraciones de lo que hubo. En ocasiones, es mejor vivir día a día, que esperar cinco mil años para buscar la anhelada inmortalidad, que, en algún momento, provocará la destrucción de ese mismo ideal de lo Inmortal que buscamos.

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