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sábado, 29 de diciembre de 2012

Correcciones

Siempre que, en ocasiones, recibo el correo de algún amigo, es para corregir el manuscrito de una obra, sea ensayo o novela o relato. En ocasiones, recibo el correo por sorpresa. Abro mi sesión, y ahí está la sorpresa: un prólogo, o un artículo que, automáticamente, pasan a mis manos, y me dedico a repasarlo durante unos días, para, por ejemplo, reenviar el correo.
Estas sorpresas suelen ser agradables, pero he de hacer hueco y apartar otros trabajos escritos, o proyectos, y como soy de los que, generalmente, no niegan nada, me pongo a la tarea como un monje que se dedica a iluminar un códice. Esto me suele absorber algo de tiempo, pero hago hueco (tú, dame hueco, que luego yo...), y así.
Esta tarea me saca de cierto tedio porque, para escribir el proyecto, necesito tiempo para retomar tal o cual capítulo. Tampoco me convierte en un genio. El genio pertenece a la Lámpara Maravillosa, no al constante empleo de la escritura. Basta, por lo menos, con escribir un poco todos los días, o quizás, un mucho.
De ahí que, a la hora de corregir el trabajo de otros, me siento como si fuera un detective, tratando de hallar el error, la palabra que no cuadra, y evitando la confusión en las palabras que, muchas veces, el oredenador no comprende, y subraya mortalmente, como si ese significado y significante de la palabra, no le fuera a la zaga, o estuviera en continuo conflicto con la escritura. Y eso que, un ordenador no es un robot, sencillamente, porque está la ilusión de que el ordenador piensa por sí mismo, cuando no es cierto.
Pero he llegado a una conclusión: la corrección de otros trabajos, ayuda a mejorar la escritura. Porque se trata de escribir, ¿o no?

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