La venganza es el invento más primitivo del ser humano. Desde los tiempos pasados, la venganza ha provocado más pérdidas inútiles, que cualquier guerra. Incluso, algunas guerras, empiezan por la venganza.
De nada sirve sacar las garras, cuando, de entre todas las cosas, es mejor el silencio. La venganza silenciosa produce más pérdidas que la hablada. Pero vengarse no es la solución, sino que se ponga en su sitio, con el tiempo, y se vea, en este caso, la razón de ser.
La venganza, si es silenciosa, es más dolorosa de lo que parece. El silencio hace daño. Es el daño más destructor. Por eso, si uno va solo por el desierto, hasta que se llega a la siguiente ciudad, ya se habrá vuelto loco antes de tiempo.
En ocasiones, el silencio es agradable, pero la venganza silenciosa es, sobre todo, de tal magnitud, hasta tal punto que, el daño es irreparable. Pero la venganza es dañina incluso para el vengador.
No basta con vengarse. No basta. Hay otras soluciones: el perdón. Se ha de perdonar para poder sobrevivir. Es necesario, pues, perdonar. Aunque el dolor sea muy profundo, siempre se curará la herida cuando se perdone. O casi siempre.
Bueno, estas palabras es una aproximación a un futuro discurso filosófico. Porque la venganza, por mucho que anule delitos de sangre, provoca otros. Hay que evitar las pérdidas, porque la venganza nos arrebata aquello que, en este caso, nos hace humanos: la Humanidad.
Y debemos luchar por nuestra humanidad, por lo que representa, y por todo aquello que nos pertenece. Y se ha de tener una cosa en cuenta: la Naturaleza no nos pertenece. Le pertenecemos a ella. Porque la Naturaleza nos hace humanos, hasta cierto punto, porque hay humanos de todas la Galaxias.
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