Bueno, un día más. Últimamente, me dedico a tomar apuntes, para hacer tiempo por la noche. Lo hago para que la mente se aquiete. Es una buena sensación.
Anotar los pensamientos que se me ocurran, después de una lectura, es una ventaja, o muchas. Trato de liberar las ideas para, después, obtener material para escribir.
Y, bueno, este año ya pasa, sin ningún problema, desde luego, para que el mundo siga adelante. Porque no hay fin del mundo. Menos mal. Ya está bastante mal el mundo, como para que, encima, le suiciden.
Tomar notas de los pensamientos, o de las lecturas, sobre todo, de otros libros, y la anotación debida, en el momento. Son notas. Y las notas sirven. Es información para futuros escritos. Pero nunca llegarán a utilizarse, o se utilizarán en otra ocasión. Siempre llevo una libreta que me acompaña por las noches. Ahora, he incorporado un foco, que me lo pongo en la frente, y no molesto a nadie.
Pero es agradable saber que seguimos, y que nuestras obras se perderán, o no, cuando nosotros ya no estemos. Quedarán, sí. Y los escritos. La libreta o el cuaderno como un fiel compañero, y testigo de nuestras ideas más disparatadas e imaginativas. La sensación, sobre todo, de que lo anotado, no quedará como agua de borrajas. La sensación de que, todo aquello que es registrado, servirá más adelante, hasta tal punto, que nada queda al azar (hay demasiado quedar, lo reconozco) y que los garabatos de las palabras forman mensajes que, si no sirven un día, servirán otros.
Seguimos, y los cuadernos son los testigos de este regreso a la normalidad, después de la vorágine del absurdo.
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