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martes, 4 de diciembre de 2012

¡Envidia!

Siempre los estadounidenses con su patriotismo. Lo cierto es que es para envidiarlos, de esta manera, la ocasión es siempre ejemplar. Por lo menos, ahí el sistema funciona, si tenemos en cuenta que Nixon, en su momento, tuvo que dimitir, o un Clinton que, para disimular la mamada en el despacho oval, se inventó un enemigo: Irak.
La nueva mitología moderna, que se alimenta del superheroísmo, no disimula la pertenencia a un país en el que ser patriota tiene sus propias reglas (he leído la Patriot Act y es la leche) en donde si no se respeta la bandera, o cualquier símbolo de la misma, puede llegar el FBI y la CIA, o cualquier otro departamento de información, y vigilarte, detenerte o hacerte un juicio sumario, hasta tal punto que, en este caso, pueden enchironarte con sólo quemar la bandera.
En cambio, en nuestra piel de toro, queman la bandera, la escupen, pierden el respeto, y no sucede nada semejante. Esto es Jauja, y nadie hace nada. Bueno, sí hacen: la policía con las manos atadas, y los antidisturbios recibiendo y arriesgando la vida.
Siendo testigos de esto cada día, no me extraña que algunos tengamos envidia del patriotismo estadounidense, pero tiene fallos: el racismo y la exclusión, el exclusivismo desde la colonización; pero, por lo menos, respetan la bandera, no la escupen, y si lo hacen, prisión al canto. ¡Qué envidia! Esto no pasa aquí. Ni siquiera nos respetamos a nosotros mismos.

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