Llega el momento de parar un poco y ponerse a reflexionar. La realidad que vivimos no es boyante. La esperanza es posible que no se pierda; pero cabe la posibilidad de que, en este caso, tengamos que descender el camino con prudencia.
Nuestros derechos se están vulnerando. El país se acerca a un caos de difícil solución, y la economía es un nido de víboras y una merienda de negros. El hecho de vulnerar al ciudadano consiste en meternos miedo con la crisis, para que no podamos pensar, hasta tal punto que abdiquemos.
Eso no es posible: si lo hacemos, estos defensores de Código de Hammurabi, lo único que van a hacer es subirnos los impuestos mientras ellos no pagan nada, y viven de nuestro dinero. Tampoco estoy pidiendo una revolución, si no, por lo menos, un planteamiento más racional de nuestra realidad.
Los de Bruselas no está por la labor de rescatarnos, puesto que no habrá tal rescate. Le interesa que caigan los países PIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España); les interesa la caída porque nos ven como un lastre para su avance, el avance y desarrollo de los países con poder económico, para controlar el imperio de este siglo, y convertirnos en sus esclavos. Un país que no puede defenderse económicamente, lo único que logrará es vender su soberanía (ya lo hizo Zapatero, el peor Presidente del Gobierno); ahora, es posible que, cuando caiga Grecia del todo (no recibirá el rescate, seguro) vendrá España. Será la próxima. Porque, entre la corrupción, el despilfarro y la deuda exagerada (una deuda que es posible que sea una ilusión o un oasis a la vista) nadie nos echará una mano. De hecho, Merkel se ha echado para atrás, con la intención de que caiga España. Irlanda está fuera. Italia, de la que somos el reflejo, está a punto.
Y eso que nos jugamos algo más en esta crisis: nos jugamos la libertad. Una libertad que ya está puesta en entredicho, porque, en el momento de subir los impuestos, todo el mundo está en peligro de perderla, si ya la hemos perdido en este momento.
No hay que levantar el puño, sino golpear con el puño de la voz, o de la escritura. Es hora de gritar. Ha muerto mucha gente por esto; pero es posible que, sumándonos todos, venceremos.
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