Me pongo a escribir el primer párrafo de la novela. Trato de recuperar, de una manera casi fantástica, las líneas que escribí hace tiempo. No es lo mismo. Por esos días mi mente estaba fresca y clara. Ayer fue un intento. Pero no puedo escribir de nuevo aquello que fue una sensación de protección, digamos, literaria.
No es posible atrapar las mismas ideas, porque la pérdida es evidente. No es posible reescribir aquello que se ha perdido. Cada línea cuesta un trabajo enorme. Ya no son las misma frases, sino clones imperfectos de las mismas.
Sí me alegro de tratar de recuperar, por lo menos, el escrito original. Ahora, escribo en un cuaderno con páginas numeradas. La última página es el final de la novela. Es un nuevo borrador. Me derrota bastante cuando otro ha conseguido finalizar la escritura de una novela. Ni siquiera yo he llegado al final de algunas que empecé en el pasado. Con esta, espero que sea distinta.
El único defecto, y que se repite continuamente, es la pérdida del material. En ocaisones, el ordenador falla por avería. Pero, por lo menos, tengo la esperanza de que así no acontezca. La esperanza es el punto medio entre el optimismo y el pesimismo. Sólo espero, de momento, escribir el cuaderno y llenarlo de historias para poder pasarlo a Word.
He dado el primer paso.
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