No era un crucifijo como el de la imagen, pero casi. Sucedió que un amigo quería vender o empeñar un crucifijo de estilo moderno, con dos esmeraldas pequeñas incrustadas, a un comprador de oro del Alcalá Norte.
El tipo lo pesa, comprueba el precio y utiliza la calculadora arbitrariamente, y le dice lo que le puede pagar: 50 euros.
En realidad, el crucifijo le había costado a mi amigo 117 euros; pero el ladino comprador sólo estaba dispuesto a apagarle los cincuenta euros de sus sospechosos cálculos.
Alarmado, mi sentido arácnido me avisó de que había unas intenciones muy oscuras de este usurero del oro. Y, alarmado, exclamé:
-¡Eso es imposible! No le puede pagar con el valor a la baja.
El usurero, en cuestión, vio mis intenciones, y dijo que no podía pagarlo al alza, porque perdía beneficios. ¿Qué beneficios?, me pregunté. A mi amigo le comenté que se olvidara del negocio con el usurero del oro. Y este añadió que ya pagaba bastante, y que tendría que arrancar las piedras, para pesar correctamente el crucifijo, que era macizo y pesaba. Sin las piedras, nos informó, podría darnos el valor "real".
No me pude contener. El usurero del oro quería el crucifijo a toda costa, y mi amigo me pidió consejo:
-Si no son más de cincuenta euros, no lo vendas.
El usurero me miró como si me despreciara. Mi amigo, al final, no vendió, merced a mi consejo. No sólo hubiera perdido el crucifijo, sino que para el usurero, esos valiosos gramos de oro, que comprobó lo eran con una pizarra gris, en donde se frotaba, para comprobar que era de auténtico oro, también hubiera perdido la dignidad.
Desde entonces, mi amigo procura no vender ninguna joya que pertenezca a su familia. Incluso el usurero rechazó la cadena de la cruz, teniendo en cuenta que también era de oro. Será cierto eso de "el que no corre, vuela". Pero hay gentuza que vuela demasiado alto. Ya se estrellarán. Siempre lo hacen.
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