La ficción siempre se supone ficción; pero los efectos especiales fueron ideados para que soñemos. Traducir un cómic, o el personaje de un cómic, en una suerte de fantasía realista y creíble, no sólo es una mastodóntica misión, sino que hay que resolver ciertas reminiscencias para lograr la suspensión de la ficción.
Que un hombre vuele, ya no es nada del otro mundo. Basta con la suerte de efectos ópticos necesarios. Que salgan rayos de las manos, como en las tres entregas de Iron Man, basta con haces lumínicos de supuesta energía. Por cierto que, cuando Tony Stark se calza la armadura, es más grande, en apariencia de lo que es, en realidad.
Por eso creo que nunca hay que confundir la realidad de una cinta, como ficción, con las verdaderas limitaciones que significa ser humano. De hecho, podemos encontrar los mismos efectos especiales en la literatura, en las novelas de caballerías, donde la exageración es más que evidente. Los héroes son demasiado intensos y grandes, y siempre hay algún matagigantes por el camino.
Queda, pues, admitir que hay muchas zarandajas. Y no es cosa de imitar a cualquier personaje de ficción con el resultado dramático y trágico que este conlleva. Seamos realistas, y admitamos que estamos dispuestos a soñar, pero no a intentar, de una manera o de otra, que la ficción supera con creces las expectativas. Se dice mucho eso de que la realidad supera la ficción; pero, también es cierto que la ficción es hija de la realidad, una hija rebelde y seductora, hasta tal punto, que es probable que esa misma ficción sólo sea un elemento más, semejante a una prótesis, desde luego, que nos ayuda a seguir caminado, cuando ya no queda otra cosa que intentar andar.
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