Son antiguos e incunables. Existen pocos ejemplares, y siempre hay algún antisistema que se dedica a destruirlos. Son obras de arte que, en su momento, se transformaron en una suerte de guardianes del conocimiento. Tener uno es arriesgarse a ser víctima de ladinos ladrones.
Por eso, es mejor que se quede en los museos y en las bibliotecas, en donde son guardados y cuidados con mimos, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, ni eso sirve.
No todas las explicaciones convencen cuando se hurtan. Estos tesoros son patrimonio de todos, porque son el inicio de la escritura y la transmisión de pensamiento. Quien iluminó el manuscrito o códice, pasó muchos años de paciencia por encargo, noches en vela y frío, en dificultades pasmosas, cuando faltaba la tinta, o el papel. Está claro que el artista pasó horas y horas perfeccionando su arte, y poniendo en Gótica las obras de los clásicos.
Por eso, estas obras de ingenieria manuscrita, son el regalo perfecto para aquellos que amamos este tipo de género, porque son los primeros libros, los primeros, destinados a reyes y nobles (a los caballeros o guerreros no, porque eran unos analfabestias, siempre pensando en la guerra y en las armas...); y su comercialización era escasa, y su producción costosa, hasta la llegada de la imprenta.
Tesoros a cuidar, y que duren mucho tiempo. Y guardar, claro.
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