Desde luego, algo ha de enseñarnos, pero la caída en los viejos errores se repite cada año. Por ejemplo, las crisis, tanto políticas como colectivas, de un país o de una coalición. Otro ejemplo de ello, es Maria Antonieta de Francia.
Cuando llegó al poder, para reinar Francia, su inmadurez, perezosa inteligencia, y una actitud frívola para la diversión, y una constante indiferencia ante los asuntos de Estado, llegó para ella, arrastrar a Francia hacia la Bancarrota. Cuando vio que era demasiado tarde, y se dio cuenta de su ligereza, lo trató de arreglar, pero el pueblo se moría de hambre, y su fama como reina depravada y descocada, le arrebató los puntos que hubiera ganado, si, aún sin comprender los documentos que llegaban a ella, con el vacío de las arcas estatales, el ejército ignorado y una crisis financiera que sumió al país galo en un XVIII oscuro, tétrico, y de impresentables pícaros, podía haberse solucionado con un poco de tacto.
Pero María Antonieta llegó tarde a todas partes, excepto a sus fiestas y bailes, y, cómo no, a la guillotina. De nada le sirvió la belleza, pero demostró entereza. Con ella, nació un movimiento que perduró poco, y se extinguió en su reinado: la autocracia.
Está la aristocracia, la burocracia, y la democracia. Cada una de ellas tiene su función (no me extenderé aquí en explicarlas, porque es un apunte breve, y todo eso); pero la autocracia es el gobierno contando con uno mismo. Es decir, lo explica Stefan Zweig, en la biografía de la propia María Antonieta, la autocracia es un gobierno egoísta hacia uno mismo, que no comparte con el pueblo. Una especie de individualismo nocivo, que, en pleno siglo XX, ha vuelto a renacer. En la época de María Antonieta, esto representó una publicidad negativa, que la burguesía y la aristocracia aprovechó para difundir panfletos sobre la vida licenciosa de la reina, hasta el punto que el propio pueblo llano, fue empujado, en 1789 hacia lo que se llamaría Revolución. Ella había encendido la mecha, la explosión llegó después.
Pero, no contenta con su humillación ante el pueblo, porque su orgullo fue desmesurado, lo que le perdió fue, precisamente, su altivez y orgullo austriaco. De hecho, se trató de un poco de ira y frustración; pero no podía arreglar, lo que, tras sus años de reinado sin gobierno, trató de reparar en su momento.
Al perder la cabeza, esta misma fue clavada en una pica. Pero el pueblo francés siempre ignoró que no acababan con un reinado absolutista o indiferente, sino que les tocaba vivir en un nuevo reinado del terror. Vamos, las gallinas que entran, por las que salen.
Cuando llegó al poder, para reinar Francia, su inmadurez, perezosa inteligencia, y una actitud frívola para la diversión, y una constante indiferencia ante los asuntos de Estado, llegó para ella, arrastrar a Francia hacia la Bancarrota. Cuando vio que era demasiado tarde, y se dio cuenta de su ligereza, lo trató de arreglar, pero el pueblo se moría de hambre, y su fama como reina depravada y descocada, le arrebató los puntos que hubiera ganado, si, aún sin comprender los documentos que llegaban a ella, con el vacío de las arcas estatales, el ejército ignorado y una crisis financiera que sumió al país galo en un XVIII oscuro, tétrico, y de impresentables pícaros, podía haberse solucionado con un poco de tacto.
Pero María Antonieta llegó tarde a todas partes, excepto a sus fiestas y bailes, y, cómo no, a la guillotina. De nada le sirvió la belleza, pero demostró entereza. Con ella, nació un movimiento que perduró poco, y se extinguió en su reinado: la autocracia.
Está la aristocracia, la burocracia, y la democracia. Cada una de ellas tiene su función (no me extenderé aquí en explicarlas, porque es un apunte breve, y todo eso); pero la autocracia es el gobierno contando con uno mismo. Es decir, lo explica Stefan Zweig, en la biografía de la propia María Antonieta, la autocracia es un gobierno egoísta hacia uno mismo, que no comparte con el pueblo. Una especie de individualismo nocivo, que, en pleno siglo XX, ha vuelto a renacer. En la época de María Antonieta, esto representó una publicidad negativa, que la burguesía y la aristocracia aprovechó para difundir panfletos sobre la vida licenciosa de la reina, hasta el punto que el propio pueblo llano, fue empujado, en 1789 hacia lo que se llamaría Revolución. Ella había encendido la mecha, la explosión llegó después.
Pero, no contenta con su humillación ante el pueblo, porque su orgullo fue desmesurado, lo que le perdió fue, precisamente, su altivez y orgullo austriaco. De hecho, se trató de un poco de ira y frustración; pero no podía arreglar, lo que, tras sus años de reinado sin gobierno, trató de reparar en su momento.
Al perder la cabeza, esta misma fue clavada en una pica. Pero el pueblo francés siempre ignoró que no acababan con un reinado absolutista o indiferente, sino que les tocaba vivir en un nuevo reinado del terror. Vamos, las gallinas que entran, por las que salen.
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