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domingo, 26 de junio de 2011

Pseudociencias

La ciencia oficial no encuentra ninguna manera de tratarlas. Afirma que no se pueden repetir en laboratorio; pero la ciencia oficial ignora que, por el hecho de poder definirlas, se tratan, en este caso, de la mente. Pero la mente escapa al control de la ciencia, porque sólo puede explicarlas por pruebas físicas y químicas. No se trata de que uno levite; se trata de que uno sepa por qué levita. Cierto que la ciencia oficial avanza. Dentro de unos doscientos años, es posible que alcancemos la inmortalidad.
¿Pero nos servirá de algo?
Las pseudociencias no están a favor de la estrechez de miras de la ciencia oficial; pero, en ambos bandos, ha habido charlatanes, tramposos y timadores; y, sobre todo, individuos que gastaban los fondos en investigaciones ridículas (como aquí, en España, que la Ministra de Igualdad se gastó 50.000 euros, en el Mapa del Clítoris, “importante para la sexualidad de la mujer”, dijo); por cierto, la investigación continúa, pero no se ha vuelto a saber nada de la ministra.
El enfrentamiento entre ambas ya viene de antiguo. Siempre ha habido campañas de desprestigio mutuo, y ambas han salido, o reforzadas (en el caso de la ciencia oficial), o escaldadas (en el caso de las pseudociencias). También ha sucedido lo contrario, pero la ciencia oficial los llama “accidentes”. Pero muchos “accidentes” son sospechosos. ¿Por qué un robot enviado a Marte se averió, nada más llegar? La Ufología (pseudociencia en Europa) tenía la respuesta. No que hubiera vida, que, de hecho, no la hay, sino que, en este caso, a ciertos seres, no les interesaba que un satélite amerizara en su Base de Operaciones. Dicen que el satélite se estampó contra la superficie del Dios de la Guerra. Y que los sistemas fallaron antes, pero que los controles de la NASA no podían explicar lo sucedido, porque funcionaban perfectamente. No es que haya o no otros seres en la galaxia. Con las pseudociencias, nunca hemos sido los únicos.

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